Me acabo de sentar en este sofá morado ligeramente más incómodo que aquel viejo sofá azul que partió a tierras alavesas. Aunque creo que la culpa es mía: he debido engordar y el cojín sobre el que se aposentan mis orondas nalgas se hunde un poco y me noto ligeramente escorado a la derecha. Eso hace que me remueva inquieto todo el rato, buscando postura.

Tras la ventana, la noche oscura camina hacia la luz vestida de niebla espesa… Son las cuatro de la mañana y no debería estar despierto, pero… Sí, maldito insomnio… ¿Te saco un café? Ya que has venido a tocar las pelotas, al menos yo seré cortés ¿Vale?

– Vale.- Me responde. Coño, que susto.

– ¿Pero puedes hablar?

– Claro. Lo que pasa es que nunca lo has intentado. Hala, estírate y sácame ese café que has prometido.

– Esto… Sí, perdona, voy.

Me levanto y saco la pequeña cafetera italiana que me regaló mi madre. Me lo pienso un poco mejor; somos dos, así que saco la que compré yo, un poco más grande. La lleno de agua, añado el café y pongo el fuego al ocho, para que se vaya haciendo poco a poco. Dejo la puerta abierta para escuchar cuando empiece el borboteo y vuelvo a la sala. Insomnio está sentado en mi sitio, ligeramente escorado a la derecha. Me mira.

– ¿Qué te preocupa?- El tío es directo, ni precalentamiento ni flores.

– Pues… No lo sé.

– Ya.- Asiente.- A vacilarle a otro. No lo sabes.- Niego con la cabeza.- Recuerda que soy un producto de tu imaginación y habito ahí dentro, en ese caos que tienes dentro de tu cabeza.

– Entonces, ¿para qué preguntas? Ya sabes lo que pasa…

– Ya, pero a veces contar las cosas puede ayudar a ver las cosas de otra manera.

Me quedo pensando. Le miro. Es casi como mirarme a un espejo; un cuarentón con un poco de barriga, poco pelo en la cabeza, algunas arrugas, y vestir desaliñado. En estos momentos está en gayumbos y una camiseta; desde luego, idealmente vestido para irse a hacer visitas.

– Es una historia muy larga. No me va a dar tiempo a contártela en dos horas.

– Tranquilo, vendré a menudo estos días.- Le miro sorprendido. Lo jodido es que tal vez tenga razón. Asiento resignado. En la cocina, la cafetera empieza a borbotear. Me levanto y preparo dos tazas, para mi la blanca y negra de siempre y para él una de Star Wars. Sí, de Star Wars, qué pasa. Vuelvo a la sala, con las dos tazas en una bandeja. Le miro, le ofrezco su taza, que coge con cuidado, doy un corto trago a la mía y comienzo.

– Todo empezo hace muchos años, ante la puerta de una vieja pastelería…