No la veía. Había llegado corriendo, para intentar robar segundos a la tarde, pero ella ya no estaba. En la terraza, en aquella tarde que probablemente era la última de un verano demasiado caluroso y tan largo que había llegado hasta la mitad de noviembre, no había ninguna cara conocida. Un «de nuevo tarde otra vez; lo normal con ella» cruzó mi mente, certero como un dardo en el centro de una diana. Pero no había mirado dentro del bar.

-Ey. Que estoy aquí.- Escuché su voz, porque la verdad es que seguía sin verla. Lo que sí veía era un libro, un botellín de agua medio lleno o medio vacío según el día y un café terminado sobre la mesa de madera exótica. Y detrás de todo aquello, ella, sentada, dolorosamente hermosa, como siempre.

-Uy. Si no te veía.- Se levantó y nos dimos un largo abrazo, el suyo cansado, cosa que ya me esperaba tras la conversación telefónica anterior.- ¿Qué tal? Hace mucho que no nos vemos.

-Oye, que nos vimos la semana pasada.

-Pues eso, mucho.- Sonreí. La veía mejor que nunca, aunque estuviera cansada. Aunque siempre la veía así, mejor que nunca.- Qué, ¿con ganas de mañana?

-No te creas. Me da miedo perder lo que tengo.- Asentí: también a mí me lo daba, pero por distinto motivo.

-Normal. Ahora estás muy bien. Pero seguro que el cambio es a mejor.- Dije, con dudas. Espero que no se notaran.

-No lo sé. No lo tengo tan claro…

Fuera el viento comenzaba a jugar con las hojas que agonizaban en el suelo, las levantaba, las lanzaba contra la gente que se encogía dentro de sus desentrenadas chaquetas, y después de barajarlas un poco las dejaba más o menos en los mismos lugares; las nubes llegaban con prisa oscureciendo la tarde: tenía toda la pinta de ser la antesala de un duro invierno.

-Hoy es el cumpleaños de Ana.-Sonreí, sabía que le picaba con eso.

-Ana, Ana, siempre Ana…- Se hacía la enfurruñada, un juego que tenía ya unos años.- Tu Anita.

-Que no, que me he acordado porque me lo ha chivado Facebook.- Le enseñé el móvil. Se veía el nombre de Ana, y después los próximos cumpleaños, el primero de ellos el suyo.

-Ya veo. La lista de tus chicas.- Dijo, cínicamente.

-Sabes que no. Además, sabes que la más importante es la primera de la lista de los próximos cumpleaños.

-Ya. Seguro. Se lo dirás a todas.- Me miró a los ojos. Sonreí, divertido. Cambió de tema- Se está haciendo tarde y… ¿Me acompañas a comprar café?

-¿A mi tienda?- Pregunté.

-A nuestra tienda.

-Vale. Nuestra tienda.

Y por una vez en nuestra vida, los dos tomamos la misma dirección durante un rato…