-Nuestras carreteras tienen mil cruces; una va recta y la otra se aleja, pero no mucho… A los pocos metros cambia la dirección y vuelve. Cruza por encima, o por debajo, y se aleja por el otro costado, pero no mucho… Y cambia de dirección y vuelve, y se acerca y sigue recta, paralela a la otra, hasta que ésta, ahora, es la que cambia de dirección y se aleja, pero no mucho… Y así una y otra y otra y otra vez.- Ella le mira, divertida.
La terraza está en sombra, y no hace calor. En la mesa, esta vez no hay nada; en ese sitio se pueden permitir el lujo de ocupar una mesa sin pedir algo. Están cerca de la carretera, una de verdad en este caso, pero afortunadamente apenas tiene tráfico.
-Cierto. La duda es…- Suena su teléfono de nuevo. Lo mira y duda si contestar, pero se corta la llamada antes de decidirlo. Se queda pensativa.
-La duda es…- Empuja él.
-… Eso. La duda es… si alguna vez, esas dos carreteras llegarán al mismo punto final o terminarán sus kilómetros bailando sin tocarse una alrededor de la otra.- Alza las cejas.- Porque, no es por nada, pero esa es la pinta que tiene. Él asiente, echando de menos algo de beber, lo que sea.
Cruza el cielo una nube que ellos no ven pero oscurece el ambiente. Suena de nuevo el móvil y esta vez sí lo descuelga. Se levanta y cruza la puerta de cristal que estaba situada a su espalda. Fuera se queda él, sentado en esa silla de mimbre, mirando a tres gorriones que, descarados, le piden una comida que no tiene. Gira la vista hacia su antigua casa y sonríe, sintiendo que sí, que ese es uno de esos momentos en que esas dos carreteras se separan unos kilómetros…