-¿Tienes prisa?

-Ninguna.- Respondo.

-Pues si te apetece, espérame un minuto y salimos juntos.

-Claro.- Asiento.- Me saco un café y te espero mientras.

-Perfecto.

Saco una moneda de un euro del bolsillo y la introduzco en la ranura de la máquina nueva que acaban de poner. Elijo cualquier cosa y recojo el cambio; prefería el café de la anterior, pero también eran bastante malos, algo justo para calentar la tripa y poco más. Un chocolate con leche sin azúcar… Bueno, sin azúcar es un decir…

-¿Quieres algo?- Le grito desde la puerta.

-No gracias. Estoy ya.- Me llega amortiguada su voz desde el vestuario.

Me acabo el brebaje de un trago y echo el vaso de cartón al orgánico y el palito al plástico, me pongo la mochila y salgo a su encuentro. Cruzamos el pasillo lleno de ruidos hacia la puerta de entrada y salimos a la calle. Un día precioso, aunque ninguno de los dos lo vemos al principio… Somos, como casi todo el mundo hoy en día, esclavos del móvil, y tenemos unos cuantos whatsapps esperando respuesta.

– Oye, ¿nos sentamos un rato en el Náutico?- Me pregunta, con una sonrisa.

-Perfecto.

Caminamos charlando de cosas que seguro no nos hacen ningún bien a ninguno de los dos, pero que son las que nos han unido; deberíamos estar hablando de música, cine, viajes, libros… De ese montón de cosas que tenemos en común cada uno a nuestro modo pero de las que nunca, o rara vez, hablamos.

Llegamos al recientemente reformado embarcadero de madera y nos sentamos, con la espalda contra la piedra del muro que lo separa del puerto. Nos quedamos en silencio, contemplando las vistas: curioso que, pese a verlas prácticamente todos los días desde hace casi veinticinco años uno no se canse de las dos playas y de la isla que las corona.

-Tengo unos pistachos. ¿Te apetecen?

-No sé… Luego igual no como…- Se lo piensa.- Vale.

Ahí estamos, atacando los dos a los pistachos, sin decir gran cosa… La miro y sonrío…

-Volví a soñar contigo.- Se gira hacia mi y me mira con un toque de ironía.

-Mucho sueñas tú conmigo últimamente…

-Ya, chica, no sé… No te pienses nada raro, pero…- Se ríe.

-Tranquilo, ya sé.

-Es que es irme a dormir, cerrar los ojos y… bingo… Ni queriendo, vamos.

– Ya.- Me vuelve a mirar.- ¿Se puede contar?

-Claro, siempre se puede contar… Otra cosa es que deba…

Más tarde ya en el autobús, mientras suena en mis cascos esa maravilla titulada Lotus, de Soën, me pregunto el porqué; porqué a veces soñamos tanto con alguien, y sonrío… Muchas preguntas me hago y rara vez respondo alguna…