-Salgo mañana. En principio una semana y luego volvemos.

-¿Los tres?- Pregunto.

-Sí. Él también.- Bajo la cabeza; la batalla perdida otra vez. Toca aceptarlo de nuevo, como en anteriores capítulos de nuestra historia. Si alguna vez hubo una oportunidad, ésta se desdibuja como las nubes en un cielo de verano.

-Bueno… Supongo que es lo que hay. ¿Quieres más ensalada?

-No. Prefiero ese arroz con champis y pollo que dices que has preparado.

Me levanto, retiro la ensalada y camino hacia la entrada a la cocina. Cruzo la puerta, dejo la bandeja al lado del fregadero, apoyo las manos en la encimera, respiro profundamente y bajo la mirada. Niego levemente, vuelvo a respirar, enderezo la espalda, cojo la olla y vuelvo a salir al jardín. Me fijo en sus pies descalzos jugueteando distraídos con la hierba; sus sandalias blancas perfectamente colocadas a su derecha… El viento al pasar le revuelve el cabello ondulado antes de ir a hacerlo con las ramas… Ella no puede verme, ya que vengo por la espalda… Bajo el ritmo, para alargar el momento un poco más… Pero al final sólo son tres metros y no se puede estirar eso eternamente. Dejo el arroz sobre la mesa. Le sirvo un poco.

-Espero que te guste.

-Seguro que sí.- Me mira a los ojos. Duele.- Eres un buen cocinero.

-Si te escuchase mi familia se oirían las risas a kilómetros.- Sonríe sin apartar la mirada.

Me siento a su lado y comemos en silencio. Al terminar me levanto y recojo todo. Cuando vuelvo está tumbada en una de las dos toallas que hay colocadas al lado de la piscina. Me siento en la de al lado. Se incorpora y me pasa una mano por la cintura, apoyando la cabeza en mi hombro. Suspira.

-¿Me echarás de menos?- Pregunta, en voz baja.

-Siempre.- Digo. «Y más aún cuando vuelvas», pienso.

Sobre la mesa vacía un grupo de gorriones juegan a futbol con unas migas…