-Si volvieras atrás… ¿Harías lo mismo?

-¿Con lo que ya sé?

-Bueno, no sé… Eso igual es hacer trampas.- Saca la mano de la bolsa; el color de los dedos señala el pecado: risketos. A ninguno de los dos le convienen, pero allí están, en uno de los muros de piedra que vigilan desde lo alto la Ciudad Dormida, sentados, esperando la lluvia que hoy viene del Este.- ¿Quieres?

-Trae.- Le quita la bolsa, mete la zarpa y coge un buen puñado; se la devuelve bastante reducida: es lo que tiene tener manos grandes. Se come un puñado de golpe. Mastica y dice:- prgbwblmmmntm.- El otro le mira y sonríe: los carrillos inflados y los labios naranjas. Como dos adolescentes.- Probablemente.- Repite, ahora más claro.

-Aunque eso signifique que…

-Sí. Lo tengo claro. Es mejor así. Coño, está buena esta mierda.- Suelta una carcajada.- Ya ni me acordaba.

-Ya. Pero tú eras más de fritos.- Dice el otro convencido, como cada vez que sale el tema.

-Sabes que no. Lo mío era esto…

Cerca una pareja juega a hacer equilibrios sobre uno de los viejos cañones. Un grupo de gaviotas revuelven el contenido de una papelera, mientras un par de palomas las observa a una distancia prudente, sin valor para acercarse.

– Sí. Lo mismo. O al menos muy parecido…