Todavía no ha salido el sol… Bueno, al menos hoy no lo veremos; la lluvia cae con fuerza en esta Ciudad Dormida que nos cobija con cariño, aunque sólo a nosotros dos, tú en una punta y yo en la otra. Camino despacio bajo mi enorme paraguas, sintiendo el salpicar de la lluvia en las pantorrillas desnudas; todavía se siente un poco del calor de este verano excesivo y cargante: voy en pantalón corto, probablemente una de las últimas veces de este año triste, aunque menos que el anterior. Llevo casi una hora larga, casi el tiempo que separa mi extremo del tuyo.

Hace días que no sé nada de ti, viajera indomable. Me encantan las tardes contigo a mi lado, charlando de todo y de nada, con esa capacidad de sorprenderme todavía, aunque parezca que han pasado mil años desde que nos empezamos a conocer… Mil años tan cerca y a la vez tan lejos… Siempre en momentos distintos de la vida… Tengo tanto que aprender de ti todavía… En mi mochila vibra el móvil y el reloj me avisa de que ha entrado un Whatsapp tuyo. Saco el teléfono y leo:

-Hoy no podrá ser. Se me han complicado las cosas. Lo siento.

Levanto la vista. Hay luz en tu cocina. Me encojo de hombros y asiento.

-Vale, no pasa nada. Otra vez será. Que te diviertas.

-¿No te importa?

-No. Además, todavía estoy lejos. No te preocupes, doy la vuelta. Un beso.

-Otro para ti.

Todavía estoy lejos. Siempre estoy lejos. La luz de una farola alumbra las gotas de lluvia sobre mi paraguas, alargando mi sombra en dirección contraria a la que me gustaría tomar. Dejo la bolsa de papel con cruasanes mojándose sobre una papelera y doy la vuelta, encogido.

Mil años tan cerca, sí, pero también tan lejos…