Y como en tantos otros, la lluvia constante, fina pero densa, fría. Camina despacio por las calles mojadas que llevan de su portal a la cafetería de siempre, a unos doscientos metros. A esa temprana hora tan solo están los servicios de limpieza y un par de transeúntes madrugadores; a lo lejos se escuchan los pasos rápidos de algún corredor pisando los charcos, frecuentes en la Ciudad Dormida.

La mujer de la cafetería le saluda, como todos los días. Él devuelve el saludo y se sienta en la silla que prácticamente lleva su nombre, cerca de la puerta, pero dándole la espalda. Sin que lo pida llega su café a la mesa, sólo, sin azúcar. Hoy no le acompaña nadie; así lo ha querido, en su último día. Se siente bien, aunque un poco intranquilo: a partir de hoy, dentro de unas horas, su vida de los últimos veinticinco años cambiará para siempre. Asiente y se levanta despacio. Empuja la puerta y se asoma. Sigue lloviendo, aunque menos. Abre el paraguas y sale a la calle.

Las gaviotas juegan con los restos que han sacado de una papelera; un grupo de corredores pasa cerca, cambiando la trayectoria lo justo para no chocarse; se cruza con una mujer que pasea su perro; saluda al operario que, concentrado, pasa la barredora… Cruza por delante de la iglesia y gira la mirada a la izquierda, al barco que ya no es suyo y sonríe… Unos cuantos años juntos, navegando, pescando, llevando a gente a bucear… En este caso es distinto: el último de esos días pasó ya hace un tiempo.

Y al final del camino, ya sin lluvia, la pesada puerta de innecesaria madera. Y su timbre. Lo mira y lo pulsa, por última vez. Se abre la puerta y saluda. Ya sabe lo que toca: bromas sobre su jubilación, sobre cursos de macramé, apoyarse en vallas para mirar obras, quejarse de la juventud… Lo normal que ocurra el último día.

Cuando horas más tarde cruza esa misma puerta en sentido contrario se va con un sentimiento extraño, indefinido. Y detrás quedan unas cuantas personas que lo aprecian de verdad y le agradecen todo lo enseñado durante estos años.

Muchas gracias por todo, J. G.